El
doctor Schafer «El Dedos», Niño de las Lobotomías, se pone en pie y dirige a
los congresistas el frío impacto azul de su mirada:
—Señores,
el sistema nervioso humano puede ser reducido a un bloque compacto de columna
vertebral. El cerebro anterior y posterior ha de seguir a ganglios, muela del juicio,
apéndice... Les presento mi obra maestra: El norteamericano desangustiado perfecto.
Clarines
vibrantes: dos Porteadores Negros introducen al Hombre desnudo y lo dejan caer
sobre el estrado con brutalidad animal, despectiva... El Hombre se retuerce... Su
carne se convierte en una jalea viscosa, transparente, que se va evaporando en
una bruma verde, dejando al descubierto un monstruoso ciempiés negro. Oleadas
de un olor desconocido invaden la sala, chamuscan los pulmones, corroen el
estómago... Schafer se retuerce las manos sollozando:
—¡Clarence!
¿Cómo podéis hacerme esto? ¡Ingratos! ¡Todos son unos ingratos!
Los
congresistas se echan para atrás entre murmullos consternados:
—Creo
que Schafer ha ido demasiado lejos...
—Yo
ya había avisado que...
—Schafer
es un tipo brillante... pero...
—La
gente hace lo que sea con tal de tener publicidad...
—Señores,
esta innombrable criatura, ilegítima en todos los sentidos, hija del corrompido
cerebro del doctor Schafer, no debe ver la luz... Nuestro deber hacia la especie
humana está bien claro...
—Hombre
que hizo ver luz —dice uno de los Porteadores Negros.
—Hay
que machacar a ese bicho antiamericano —dice un médico gordo del Sur con cara
de sapo que bebía whisky de maíz en un tarro de mermelada. Se adelanta con andares
de borracho y se para asustado por el tamaño impresionante y el amenazador aspecto
del ciempiés—. ¡Que traigan gasolina! —vocifera—. Tenemos que quemar a ese hijo
de puta como si fuera un negro chuleta.
—Yo
no quiero saber nada —dice un médico joven y progre que va colocado de LSD-25—.
Cualquier fiscal un poco listo...
Fundido
en negro.
—¡Orden
en la Sala! FISCAL. —Señores del jurado, estos caballeros tan «cultos»
pretenden que la inocente criatura humana que tan irreflexivamente sacrificaron
se convirtió de repente en un enorme ciempiés negro y que fue «su deber hacia
la especie humana» destruir aquel monstruo antes de que pudiese, por cualquier
medio a su alcance, perpetuar su especie... ¿Vamos a tragarnos semejante pila
de mierda? ¿Vamos a dejar que nos endilguen semejante camelo como si fuéramos
tontos del culo? ¿Dónde está ese fantástico ciempiés? «Lo destruimos», dicen
muy orgullosos... Pero yo quiero recordarles, señores y hermafroditas del
jurado, que esa Gran Bestia —señala al doctor Schafer—, ha comparecido ya en
varias ocasiones ante este tribunal acusado del incalificable delito de
violación de cerebros... Dicho en cristiano —golpea con el puño la barandilla
que le separa del jurado, su voz pasa a ser un grito—, dicho en cristiano, señores,
lobotomía por la fuerza...
Los
miembros del jurado se sofocan... Uno se muere de un ataque cardíaco... Otros tres
caen al suelo retorciéndose en orgasmos de lascivia...
El
Fiscal señala dramático:
—Ahí
está... El y no otro, es quien ha reducido provincias enteras de nuestro hermoso
país a un estado próximo a la idiocia más absoluta... El es quien ha llenado almacenes
enormes con filas y filas, hileras e hileras, de indefensas criaturas a cuyas más
mínimas necesidades hay que proveer... «Zánganos», los llama con cínica sonrisa
que refleja la maldad en estado puro del intelectual... Señores, yo afirmo que
el pérfido asesinato de Clarence Cowie no debe quedar sin castigo. ¡Los gritos
de «Justicia» para crimen tan nefando resuenan al menos como los de un maricón
herido!
El
ciempiés se remueve, agitado.
—Hombre,
el hijoputa este tiene hambre —grita uno de los Porteadores.
—Yo
me largo de aquí.
Una
oleada de horror eléctrico atraviesa la sala... los congresistas se precipitan
hacia las salidas gritando y arañando...
William S. Burroughs
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