viernes, 1 de diciembre de 2023

EL MERCADO DE LAS LETRAS, por Nicolò Pasero

 En el libro Marx para literatos, de la editorial Anthropos, el autor Nicolò Pasero hace un profundo análisis del mundo de la literatura y las letras desde una perspectiva marxista, con todo lo que esto involucra: materialismo histórico, materialismo dialectico, análisis sociológico, etc. La critica al canon literario es evidente, así como al fetichismo de las obras literarias donde se olvidan las influencias. Aquí compartimos uno de los capítulos del libro.



EL MERCADO DE LAS LETRAS

 

Históricamente hablando, es bien conocido que el problema de la relación del texto con sus antecesores se impone con especial fuerza cuando nos alejamos de una lectura de las obras entendiéndolas como auctoritates, es decir, esencialmente para citar y glosar y no para elaborar “creativamente” (se dirá que también citar y glosar es una actividad de re-escritura, potencialmente creadora; pero el peligro de caer en el delito de ofender la ortodoxia —de ofender a su majestad, porque el Texto es soberano— es una circunstancia que tener en cuenta y que puede tener consecuencias). Por lo que se refiere a la tradición cultural occidental se podría trazar, por ejemplo, una línea de frontera a partir de finales de la Edad Media aproximadamente, cuando después se empieza a hablar con más convencimiento de derechos universales, también la sociedad de los textos, coherentemente con los principios de base del liberalismo (que, como se sabe, afectan sobre todo a las realidades económicas, y a partir de ellas también a los diferentes fenómenos sobrestructurales, incluida la literatura, bajo la especie de su aspecto mercantil), tiende a democratizarse, tiene que liberarse de la tiranía codificada en los viejos cánones. La contraseña es ¡igualdad de oportunidades!, pero también en esta circunstancia los principios y la realidad coinciden sólo en parte, porque el texto nuevo, antes apasionado defensor de los principios de libertad, igualdad, fraternidad entre todos los ciudadanos de una república ideal de las letras, en cuanto se afirma descubre su enorme voluntad de orden y de autoridad (la propia), impone una nueva jerarquía que hay que establecer en la totalidad textual, en definitiva, del ultimo y decisivo canon (aunque sabemos por los que vendrán, a pesar de que lo difícilmente podría admitir).

Sociedad de los textos, en las condiciones históricas dadas, es por lo tanto, en gran medida, sinónimo de mercado de los textos (y de las letras), una expresión que asimila la Literaturproletarier de memoria marxista a los otros vendedores de fuerza trabajo. Mercado hay que entenderlo en sentido originario, como lugar de encuentro y mediación de los manufacturados de productores individuales, entre sí independientes, pero con una última y curiosa peculiaridad —que se remonta a las sociedades mercantiles precapitalistas—, por la que cada uno de esos manufacturados es completo, “con-cluido” por antonomasia (la ya evocada cloture du texte podría aquí recuperar connotaciones insospechadas). De dicha peculiaridad deriva después que una cierta porción del “placer del texto” le corresponda al productor, el cual —como buen artesano— ve cómo nace de sus manos un objeto, quizás modesto, pero independiente porque completo. Sin embargo, una vez terminado, también la alegría intrínseca en el acto de creación desaparece, y el único placer que queda es el tangible en términos monetarios, que el productor podrá hipotéticamente repartir con los empresarios que se ocupan de la comercialización de su producto.

Tenemos entonces el texto —que surge, como el alma simple, de las manos de su creador— que va al mercado, donde se presentará con la pretensión de ser un artículo único, el sólo digno de ser tomado en consideración por el público. Pero incluso cuando se rodea de originalidad e irrepetibilidad, se ha visto como gran parte de él es un conglomerado pirata de elementos derivados —calcos, prestamos, reproposiciones, citas—que responden a una lógica ni siquiera tan recóndita: la lógica de evitar a toda costa quedar fuera del mercado. Todo ello requiere un alto grado de referencialidad con respecto al panorama literario circundante; en primer lugar está la necesidad de encontrar el horizonte de espera (su Erwartunghorizont como diría Jauss, y los gustos de los posibles consumidores. Colocando entre esta exigencia y su proclamada unicidad, el texto se refugia entonces en una relación pseudodialéctica con el intertexto; cita y esconde la cita, asume préstamos y los niega, engloba la sustancia ajena y la digiere, intentando volverla irreconocible. No siempre la asimilación se logra del todo, muchos textos viven dramáticamente este vaivén (cuyo motivo último, se ha dicho, es solamente económico), que los hace oscilar entre el conformismo y la búsqueda de originalidad, entre la tradición y la innovación.

Y, sin embargo, en la fenomenología intertextual (y por reflejo en la atención crítica que se deposita en ella) hay algo que no se puede resolver en términos puramente literarios. Con su estatuto de hechos relacionales, símiles fenómenos —como por otra parte sucede también en el caso de las aproximaciones “productivas” de las que hablamos antes— apuntan a una posible revancha de lo social sobre lo individual. Incluso cuando cada texto está celosamente cerrado en la mónada de su pretendida originalidad, para entrar en circulación tiene que encontrarse con sus semejantes en un espacio declaradamente falto de vínculos y jerarquías que no sean las que derivan de cualidades intrínsecas. En ese espacio los textos se reconocen como parte de un todo, pero lo hacen a posteriori, como las personas, cuya socialización se manifiesta sólo en las formas reificadas de la compraventa. Tambien los textos parecen manifestar relaciones sólo en la intertextualidad y en ese espacio combaten también una lucha de clases que —como enseña también el formalismo más aguerrido— conduce a la pirámide de nuevas hegemonías o, con menos frecuencia, a confirmar las que ya existían. Sólo excepcionalmente un texto parece surgir de la nada, en un desierto literario liberado de esa “angustia de la influencia” que puebla sus pesadillas (en ese caso, es más fácil hablar de monumentos, cumbres, obras maestras, cuanto más la distancia histórica nos desenfoca el resto del panorama); normalmente la dinámica literaria se articula en la forma de la continuidad o del acercamiento de toda una serie de élites de textos, ordenados jerárquicamente. No existe democracia o igualdad, en el estado de las letras; quizás —quizás— ha existido un comunismo primitivo de los discursos, cuando todavía no se habían diferenciado —por dignidad o por poder social— las clases de texto. Pero después, la división del trabajo se ha reproducido incluso dentro de la literatura: metagéneros, géneros, subgéneros, estilos, niveles. A veces este fenómeno se ha producido con sorprendente fidelidad al arquetipo, para solaz de los que cultivan el determinismo socioliterario; más a menudo se ha dado en pálidos reflejos de no fácil percepción e interpretación, último residuo que la luz fría y dura de las relaciones de clase deja en las obras de la literatura, después de haber recorrido los tortuosos caminos de lo imaginario y de las ideologías.

El hecho es que, cuanto más se amplia y se complica la trama de relaciones entre textos, más se esfuma la que existe entre los textos y lo social. Y, sin embargo, las dos tramas están íntima y dialécticamente unidas, por mediación y contradicción, y no podrán desempeñarse nunca adecuadamente si se aíslan recíprocamente (esto vale también para el procedimiento inverso, hoy poco frecuente, que considera directamente los nexos de unión entre los textos y lo social, presumiéndolos siempre como inmediatos).