ANTES que Maples
Arce descendiera el umbral de este Café, nadie había percibido el estado de
inexistencia en que se encontraba y se moría. Su vida inerte de catástrofe, de
edificio sepultado por un gran cataclismo, se insinuaba con esa vaguedad de las
estancias solitarias, empacadas por un trágico y cósmico olvido.
Sus
paredes, sus muebles, sus espejos, sus meseros, estaban con la actitud latente
de vida con que deben estar los objetos, las personas y las cosas de una ciudad
petrificada. De una ciudad que en plena actividad se estatiza de hastío y de
lava… De una decoración cinemática interrumpida y paralizada inusitadamente por
un descuido del manipulador, en la que todo espera el momento de volver a la realidad,
de enhebrar su paisaje y su argumento.
Maples
Arce penetró a este Café con el mismo estado espiritual de aquel espectador que
patea y se sonríe de un episodio revelado en la pantalla intermitentemente…
En
el instante en que nosotros abordamos su “negligée” e impulsamos su inercia, en
el instante en que nos asomamos a su vacío, con la misma desconcertante
incredulidad y verosimilitud con que nos asomamos a los visillos de un sueño,
su historia se fue desenrollando de nuevo. Los meseros rectificaron su
inclinación y remendaron el intermedio de su inestabilidad.
Su
idiosincrasia se quedó en un estado de convalecencia, de desconcierto, de
inadaptable. Sobre todo de inadaptable. Es un Café sombrío, huraño, sincero, en
el que hay un consuetudinario ruedo de crepúsculo o de alba. De nadie. Por eso
Ortega le ha llamado así. No soporta cierta clase de personas, ni de patrones,
ni de meseros. Es un café que se está renovando siempre, sin perder su
estructura ni su psicología. No es de nadie. Nadie lo atiende, ni lo
administra. Ningún mesero molesta a los parroquianos. Ni les sirve…
Por
esta peculiaridad somos los únicos que se encuentran bien en su sopor y en su
desatención. Somos los únicos parroquianos del café. Los únicos que no
tergiversan su espíritu. Hemos ido evolucionando hasta llegar a ser ese nadie…
para que sea nuestro y exclusivo…
En
su primitivismo—viselado de modernidad—, en su retrospectivización, hemos
buscado la clave de la vida y del arte…
En
la atmosfera de este Café no existe ni se puede comprobar ninguna ley física.
Las
personas, los objetos, en su espacio eterizado de pensamientos, tienden a
ascender…
En
los momentos de intimidad, todos estamos en el vértice de su ángulo espiritual,
refutando la impenetrabilidad.
Emergemos
con la divergencia de un gran reflector zodiacal, que todavía no se inventa en Nueva
York…
Sus
paredes, estucadas de tiempo y de inviolabilidad, son como un rompeolas de las
banalidades y pequeñas cosas que arrastra la marejada callejera que invade y
enrarece el oleaje de senos y de voces de los otros cafés.
En
su árbol luminoso hemos cortado el fruto incandescente de la sabiduría…
Su
silencio y desolación comprende nuestra hermeticidad y no nos habla sino con el
eco de las frases de los meseros, colgadas en la pared:
Pero
nosotros sabemos que estas insinuaciones esconden las mismas supercherías que
las de los meseros y bebemos y fumamos otras marcas.
Bebemos
el alcohol que destilan las tardes y prolongamos las horas, fumando una
tabaquera de ideas…
Liamos
indolentemente, voluptuosamente, inconsútiles cigarrillos intelectuales,
engargolados de sentimentalidad o de rebeldía y cuadriculamos la atmósfera de
sugerencias arácnidas que acechan y desechan cualquier frase importuna de los
parroquianos noveles.
Con
ese humo de las ideas se ha ido formando, creando, una nueva y original
mentalidad a los personajes que surgen de la oportunidad y casualidad de las charlas
o a los que permanecen detrás de nuestro “APARTAMENT” literario…
Con
la plastilina de las pláticas, con la genialidad, la tontería y la frivolidad
de algunas frases nuestras, se han modelado varios parroquianos. Los que
faltaban para que fuera un real y tumultuoso Café.
Aquí,
surgió, de pronto, de la mal comprendida ductilidad de una frase, el reclamista
del ESTRIDENTISMO, el que lo ha voceado en las callejuelas de los periódicos,
con un aparente gesto disturbiador. Pepe Elguero se inventó, se confeccionó su
traje y psicologó en una de nuestras charlas…
Las
mujeres que han pasado por el “budoir” ideologico del Café, son todas las
mujeres. Todas son, aquella “AQUELLA DAMA QUE CONOCEMOS” que nos dejara una
remembranza y una nostalgia, del momento sutil en que se asomó a las vidrieras
de nuestra inconformidad con las mujeres…
En
este ángulo del Café, nuestro laboratorio intelectual y sentimental, construyó
Maples Arce el andamiaje de sus poemas. Aquella silla recopiladora de las
formas y la languidecencia de las mujeres, reconstruyó “LA SEÑORITA ETC.”
En
este ángulo del Café, empezamos a creer en algo del más allá, en otro plano más
mullido para esa gran pereza papal que nos aletarga sobre el ajetreo y lo innecesario
de la vida.
En
este ángulo nos acercamos al horizonte de la irrealidad. Sobre él estamos
siempre, esperando el momento de pasar a lo subconsciente.
Porque
eso, es este Café, una estación de tránsito entre lo objetivo y lo subjetivo.
Es
como un “pulman” en el que viajamos hacia todos los viajes…
Arqueles Vela
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