miércoles, 10 de enero de 2024

La historia de Toueyo

 

Un mito rescatado por Fray Bernardino de Sahagún (Historia general de la nueva España, libro tercero: Del principio que tuvieron los dioses) y Miguel León Portilla (La historia del tohuenyo), nos cuenta uno de los muchos momentos en que Tezcatlipoca, llamado aquí Titlacoa, atacó a la ciudad de Tollan, porque este dios al parecer le tenía manía al lugar donde su hermano fue un héroe civilizador. En el relato bañado de erotismo y moralidad se cuenta que a la ciudad de Tollan llegó Tezcatlipoca transformado en un extranjero desnudo al que todos los tollanos empezaron a llamar tohueyo, touenyo, tohuenyo, toueyo, tobeyo, dependiendo de la fuente que se consulte. Este Toueyo poseía un pene gigantesco y se dedicó a vender chile verde en el tianguis frente al palacio de Huémac —en otras versiones Uémac— que dependiendo de la versión es el gobernante de Tollan y sucesor de Ce Ácatl Topilzin Quetzalcoatl o su contemporáneo. Algo constante es que Huémac en algún momento jugó a la pelota con los tlaloques y les ganó, además de que huyó al Cincalco donde aún vive.

En el relato resalta la asociación que se hace entre el pene y el chile, o que la palabra Qualli (buena) se emplea para hablar de una mujer atractiva. En el libro “Tezcatlipoca. Burlas y metamorfosis de un dios azteca”, se analiza este mito en el capitulo IV, relacionándolo con narraciones purépechas y otras divinidades a veces consideradas “advocaciones” de Tezcatlipoca.

Sin más chachara, aquí compartimos el mito, donde alternaremos las diferentes formas de nombrar a los involucrados:

 

La historia de Toueyo

Un día la hija de Huémac enfermó gravemente después de pasear por Tollan, y su cuerpo empezó a hincharse. Las doncellas que solían seguir a la princesa a la que llamaremos Qualli, contaron a Uémac que Qualli había enfermado tras ver a Tohueyo, y así Huémac supo que su hija había enfermado de deseo. Entonces Uémac mandó a arrestar al vendedor de chile y tras interrogarlo de por qué no usaba máxtlatl (taparrabo), lo obligó a satisfacer a su hija. Así Tohuenyo se volvió el esposo de Qualli y yerno de Huémac.

El matrimonio enfureció a los tollanos que no podían concebir que la hermosa mujer, hija del heroico Huémac, estuviera casada con un extranjero que ni siquiera usaba máxtlatl. Esta indignación era también burla porque Huémac había rechazado a todos los nobles que pretendían la mano de Qualli y ahora la casaba con un vendedor de chile. Las burlas contra Uémac no se hicieron esperar y rápidamente estas llevaron al gobernante a querer deshacerse de Toueyo.

El plan consistió en mandar a Tobeyo a la guerra contra los de Coatepec, donde los soldados tollanos tenían la indicación de abandonarlo junto a los demás indeseables (enanos y tullidos) para que el ejército enemigo los matara.  Las cosas se hicieron como Huémac quería, pero una vez abandonado Tohuenyo, este incitó a sus compañeros a pelear y así Toueyo y sus compañeros capturaron muchos enemigos.

La noticia de la victoria y el regreso de Tohuenyo llegaron a Huémac que invitó al pueblo Tollano a recibir a su querido yerno que volvía como un héroe. Toueyo fue recibido con ofrendas y su cuerpo fue decorado con los galardones de los más grandes guerreros, pero una vez decorado Toueyo, esté empezó a bailar como bailaban los esclavos, causando nuevamente la indignación del pueblo.

Para celebrar, Touenyo ordenó que hicieran una fiesta en Texcalapa que era un barranco cerca de un río, y ahí, mientras todos danzaban y bebían, Tohuenyo se apoderó de unos tambores y se puso a tocar un hermoso ritmo que hacía bailar a todos. Luego, Toueyo empezó a cantar una canción que nunca habían oído los tollanos, pero cantaban como si la supieran. La canción se iba volviendo más errática hasta que los tollanos empezaron a empujarse unos a otros por el ritmo, despeñándose y convirtiéndose en piedra cuando su cuerpo se estampaba contra el río. Algunos intentaron huir por un puente, pero Toueyo lo había destrozado, y quienes huían también se empujaban y se despeñaban transformándose en piedras.

 

NOTA FINAL

En otros ataques a Tollan, Tezcatlipoca se presentó como una anciana que tostaba maíz durante una hambruna; también como un brujo que hacía bailar a las estatuas de los dioses.

viernes, 1 de diciembre de 2023

EL MERCADO DE LAS LETRAS, por Nicolò Pasero

 En el libro Marx para literatos, de la editorial Anthropos, el autor Nicolò Pasero hace un profundo análisis del mundo de la literatura y las letras desde una perspectiva marxista, con todo lo que esto involucra: materialismo histórico, materialismo dialectico, análisis sociológico, etc. La critica al canon literario es evidente, así como al fetichismo de las obras literarias donde se olvidan las influencias. Aquí compartimos uno de los capítulos del libro.



EL MERCADO DE LAS LETRAS

 

Históricamente hablando, es bien conocido que el problema de la relación del texto con sus antecesores se impone con especial fuerza cuando nos alejamos de una lectura de las obras entendiéndolas como auctoritates, es decir, esencialmente para citar y glosar y no para elaborar “creativamente” (se dirá que también citar y glosar es una actividad de re-escritura, potencialmente creadora; pero el peligro de caer en el delito de ofender la ortodoxia —de ofender a su majestad, porque el Texto es soberano— es una circunstancia que tener en cuenta y que puede tener consecuencias). Por lo que se refiere a la tradición cultural occidental se podría trazar, por ejemplo, una línea de frontera a partir de finales de la Edad Media aproximadamente, cuando después se empieza a hablar con más convencimiento de derechos universales, también la sociedad de los textos, coherentemente con los principios de base del liberalismo (que, como se sabe, afectan sobre todo a las realidades económicas, y a partir de ellas también a los diferentes fenómenos sobrestructurales, incluida la literatura, bajo la especie de su aspecto mercantil), tiende a democratizarse, tiene que liberarse de la tiranía codificada en los viejos cánones. La contraseña es ¡igualdad de oportunidades!, pero también en esta circunstancia los principios y la realidad coinciden sólo en parte, porque el texto nuevo, antes apasionado defensor de los principios de libertad, igualdad, fraternidad entre todos los ciudadanos de una república ideal de las letras, en cuanto se afirma descubre su enorme voluntad de orden y de autoridad (la propia), impone una nueva jerarquía que hay que establecer en la totalidad textual, en definitiva, del ultimo y decisivo canon (aunque sabemos por los que vendrán, a pesar de que lo difícilmente podría admitir).

Sociedad de los textos, en las condiciones históricas dadas, es por lo tanto, en gran medida, sinónimo de mercado de los textos (y de las letras), una expresión que asimila la Literaturproletarier de memoria marxista a los otros vendedores de fuerza trabajo. Mercado hay que entenderlo en sentido originario, como lugar de encuentro y mediación de los manufacturados de productores individuales, entre sí independientes, pero con una última y curiosa peculiaridad —que se remonta a las sociedades mercantiles precapitalistas—, por la que cada uno de esos manufacturados es completo, “con-cluido” por antonomasia (la ya evocada cloture du texte podría aquí recuperar connotaciones insospechadas). De dicha peculiaridad deriva después que una cierta porción del “placer del texto” le corresponda al productor, el cual —como buen artesano— ve cómo nace de sus manos un objeto, quizás modesto, pero independiente porque completo. Sin embargo, una vez terminado, también la alegría intrínseca en el acto de creación desaparece, y el único placer que queda es el tangible en términos monetarios, que el productor podrá hipotéticamente repartir con los empresarios que se ocupan de la comercialización de su producto.

Tenemos entonces el texto —que surge, como el alma simple, de las manos de su creador— que va al mercado, donde se presentará con la pretensión de ser un artículo único, el sólo digno de ser tomado en consideración por el público. Pero incluso cuando se rodea de originalidad e irrepetibilidad, se ha visto como gran parte de él es un conglomerado pirata de elementos derivados —calcos, prestamos, reproposiciones, citas—que responden a una lógica ni siquiera tan recóndita: la lógica de evitar a toda costa quedar fuera del mercado. Todo ello requiere un alto grado de referencialidad con respecto al panorama literario circundante; en primer lugar está la necesidad de encontrar el horizonte de espera (su Erwartunghorizont como diría Jauss, y los gustos de los posibles consumidores. Colocando entre esta exigencia y su proclamada unicidad, el texto se refugia entonces en una relación pseudodialéctica con el intertexto; cita y esconde la cita, asume préstamos y los niega, engloba la sustancia ajena y la digiere, intentando volverla irreconocible. No siempre la asimilación se logra del todo, muchos textos viven dramáticamente este vaivén (cuyo motivo último, se ha dicho, es solamente económico), que los hace oscilar entre el conformismo y la búsqueda de originalidad, entre la tradición y la innovación.

Y, sin embargo, en la fenomenología intertextual (y por reflejo en la atención crítica que se deposita en ella) hay algo que no se puede resolver en términos puramente literarios. Con su estatuto de hechos relacionales, símiles fenómenos —como por otra parte sucede también en el caso de las aproximaciones “productivas” de las que hablamos antes— apuntan a una posible revancha de lo social sobre lo individual. Incluso cuando cada texto está celosamente cerrado en la mónada de su pretendida originalidad, para entrar en circulación tiene que encontrarse con sus semejantes en un espacio declaradamente falto de vínculos y jerarquías que no sean las que derivan de cualidades intrínsecas. En ese espacio los textos se reconocen como parte de un todo, pero lo hacen a posteriori, como las personas, cuya socialización se manifiesta sólo en las formas reificadas de la compraventa. Tambien los textos parecen manifestar relaciones sólo en la intertextualidad y en ese espacio combaten también una lucha de clases que —como enseña también el formalismo más aguerrido— conduce a la pirámide de nuevas hegemonías o, con menos frecuencia, a confirmar las que ya existían. Sólo excepcionalmente un texto parece surgir de la nada, en un desierto literario liberado de esa “angustia de la influencia” que puebla sus pesadillas (en ese caso, es más fácil hablar de monumentos, cumbres, obras maestras, cuanto más la distancia histórica nos desenfoca el resto del panorama); normalmente la dinámica literaria se articula en la forma de la continuidad o del acercamiento de toda una serie de élites de textos, ordenados jerárquicamente. No existe democracia o igualdad, en el estado de las letras; quizás —quizás— ha existido un comunismo primitivo de los discursos, cuando todavía no se habían diferenciado —por dignidad o por poder social— las clases de texto. Pero después, la división del trabajo se ha reproducido incluso dentro de la literatura: metagéneros, géneros, subgéneros, estilos, niveles. A veces este fenómeno se ha producido con sorprendente fidelidad al arquetipo, para solaz de los que cultivan el determinismo socioliterario; más a menudo se ha dado en pálidos reflejos de no fácil percepción e interpretación, último residuo que la luz fría y dura de las relaciones de clase deja en las obras de la literatura, después de haber recorrido los tortuosos caminos de lo imaginario y de las ideologías.

El hecho es que, cuanto más se amplia y se complica la trama de relaciones entre textos, más se esfuma la que existe entre los textos y lo social. Y, sin embargo, las dos tramas están íntima y dialécticamente unidas, por mediación y contradicción, y no podrán desempeñarse nunca adecuadamente si se aíslan recíprocamente (esto vale también para el procedimiento inverso, hoy poco frecuente, que considera directamente los nexos de unión entre los textos y lo social, presumiéndolos siempre como inmediatos).


viernes, 10 de noviembre de 2023

HISTORIA DEL CAFÉ DE NADIE, de Arqueles Vela

 



ANTES que Maples Arce descendiera el umbral de este Café, nadie había percibido el estado de inexistencia en que se encontraba y se moría. Su vida inerte de catástrofe, de edificio sepultado por un gran cataclismo, se insinuaba con esa vaguedad de las estancias solitarias, empacadas por un trágico y cósmico olvido.

Sus paredes, sus muebles, sus espejos, sus meseros, estaban con la actitud latente de vida con que deben estar los objetos, las personas y las cosas de una ciudad petrificada. De una ciudad que en plena actividad se estatiza de hastío y de lava… De una decoración cinemática interrumpida y paralizada inusitadamente por un descuido del manipulador, en la que todo espera el momento de volver a la realidad, de enhebrar su paisaje y su argumento.

Maples Arce penetró a este Café con el mismo estado espiritual de aquel espectador que patea y se sonríe de un episodio revelado en la pantalla intermitentemente…

En el instante en que nosotros abordamos su “negligée” e impulsamos su inercia, en el instante en que nos asomamos a su vacío, con la misma desconcertante incredulidad y verosimilitud con que nos asomamos a los visillos de un sueño, su historia se fue desenrollando de nuevo. Los meseros rectificaron su inclinación y remendaron el intermedio de su inestabilidad.

Su idiosincrasia se quedó en un estado de convalecencia, de desconcierto, de inadaptable. Sobre todo de inadaptable. Es un Café sombrío, huraño, sincero, en el que hay un consuetudinario ruedo de crepúsculo o de alba. De nadie. Por eso Ortega le ha llamado así. No soporta cierta clase de personas, ni de patrones, ni de meseros. Es un café que se está renovando siempre, sin perder su estructura ni su psicología. No es de nadie. Nadie lo atiende, ni lo administra. Ningún mesero molesta a los parroquianos. Ni les sirve…

Por esta peculiaridad somos los únicos que se encuentran bien en su sopor y en su desatención. Somos los únicos parroquianos del café. Los únicos que no tergiversan su espíritu. Hemos ido evolucionando hasta llegar a ser ese nadie… para que sea nuestro y exclusivo…

En su primitivismo—viselado de modernidad—, en su retrospectivización, hemos buscado la clave de la vida y del arte…

En la atmosfera de este Café no existe ni se puede comprobar ninguna ley física.

Las personas, los objetos, en su espacio eterizado de pensamientos, tienden a ascender…

En los momentos de intimidad, todos estamos en el vértice de su ángulo espiritual, refutando la impenetrabilidad.

Emergemos con la divergencia de un gran reflector zodiacal, que todavía no se inventa en Nueva York…

Sus paredes, estucadas de tiempo y de inviolabilidad, son como un rompeolas de las banalidades y pequeñas cosas que arrastra la marejada callejera que invade y enrarece el oleaje de senos y de voces de los otros cafés.

En su árbol luminoso hemos cortado el fruto incandescente de la sabiduría…

Su silencio y desolación comprende nuestra hermeticidad y no nos habla sino con el eco de las frases de los meseros, colgadas en la pared:


 

Pero nosotros sabemos que estas insinuaciones esconden las mismas supercherías que las de los meseros y bebemos y fumamos otras marcas.

Bebemos el alcohol que destilan las tardes y prolongamos las horas, fumando una tabaquera de ideas…

Liamos indolentemente, voluptuosamente, inconsútiles cigarrillos intelectuales, engargolados de sentimentalidad o de rebeldía y cuadriculamos la atmósfera de sugerencias arácnidas que acechan y desechan cualquier frase importuna de los parroquianos noveles.

Con ese humo de las ideas se ha ido formando, creando, una nueva y original mentalidad a los personajes que surgen de la oportunidad y casualidad de las charlas o a los que permanecen detrás de nuestro “APARTAMENT” literario…

Con la plastilina de las pláticas, con la genialidad, la tontería y la frivolidad de algunas frases nuestras, se han modelado varios parroquianos. Los que faltaban para que fuera un real y tumultuoso Café.

Aquí, surgió, de pronto, de la mal comprendida ductilidad de una frase, el reclamista del ESTRIDENTISMO, el que lo ha voceado en las callejuelas de los periódicos, con un aparente gesto disturbiador. Pepe Elguero se inventó, se confeccionó su traje y psicologó en una de nuestras charlas…

Las mujeres que han pasado por el “budoir” ideologico del Café, son todas las mujeres. Todas son, aquella “AQUELLA DAMA QUE CONOCEMOS” que nos dejara una remembranza y una nostalgia, del momento sutil en que se asomó a las vidrieras de nuestra inconformidad con las mujeres…

En este ángulo del Café, nuestro laboratorio intelectual y sentimental, construyó Maples Arce el andamiaje de sus poemas. Aquella silla recopiladora de las formas y la languidecencia de las mujeres, reconstruyó “LA SEÑORITA ETC.”

En este ángulo del Café, empezamos a creer en algo del más allá, en otro plano más mullido para esa gran pereza papal que nos aletarga sobre el ajetreo y lo innecesario de la vida.

En este ángulo nos acercamos al horizonte de la irrealidad. Sobre él estamos siempre, esperando el momento de pasar a lo subconsciente.

Porque eso, es este Café, una estación de tránsito entre lo objetivo y lo subjetivo.

Es como un “pulman” en el que viajamos hacia todos los viajes…


Arqueles Vela

jueves, 26 de octubre de 2023

EL ESTRIDENTISMO Y LA TEORÍA ABSTRACCIONISTA, por Arqueles Vela


El estridentismo no es una escuela literaria, ni un evangelio estético. Es, simplemente, un gesto. Una irrupción del espíritu contra el reaccionarismo intelectual.

                                                                               Para explicarse las tendencias del estridentismo, algunos escritores han consultado los diccionarios y las enciclopedias sin encontrar una exégesis artística de la palabra y han interrogado:

                        —¿Cómo es posible que haya un arte estridentista?—

                                                                                               No hay un arte estridentista, como tampoco hay un arte “impulsionista”, ni “paroxista”, ni “visionarista”. Nosotros no hemos catalogado, ni catalogaremos nuestra visión estética.

                                                No hemos anclado el vocablo estridentista, ni anclaremos ningún vocablo. Las palabras no expresan únicamente lo estipulado en los diccionarios. En cada frase tienen un valor y una sugerencia diferente. A veces, una palabra es algo más que una frase.

                                                                                                              Ahora que se ha desvanecido se ha esfumado el azoramiento producido por nuestros reflectores intelectuales y se dá al público, en las revistas, —entre ellas “EL UNIVERSAL ILUSTRADO”, la primera que se despejó de su hermetismo académico— algo de lo nuestro, sin subrayarlo de estravagancia y sin ribetearlo de curiosidad, es imprescindible equilibrar el desequilibrio ideológico de los que han comentado la tendencia literaria del Estridentismo.

              El comprimido estridentista de Manuel Maples Arce, publicado en la primera hoja de “ACTUAL”, no hace expeculaciones sobre un arte estridentista. Excita a los intelectuales jóvenes a hacer un arte personal y renovado, fijando las delimitaciones estéticas. A destruir las teorías equivocadamente modernas. A hacer poesía pura. Sin perspectivas pictóricas. Sin anecdotismo. Una poesía sincera, sin ordenar la emoción que es siempre desordenada. Las tendencias antiguas sujetaron la emoción a un esquema, a un itinerario para presentarla como una obra de equilibrio arquitectónico, de orfebrería y no como una obra original y emocional. Toda esa literatura está basada en una ecuanimidad que no tiene la vida. Lo real y lo natural en la vida es lo absurdo. Lo inconexo. Nadie siente ni piensa con una perfecta continuidad. Nadie vive una vida como la de los personajes de las novelas románticas. Nuestra vida es arbitraria y los cerebros están llenos de pensamientos incongruentes. El ensueño no tiene la plasticidad, la claridad de los poemas de los novecentistas.

                                           La teoría abstraccionsta, no es una teoría, sino una insinuación de afirmar la personalidad. De crear un arte puro y sin repujaciones. Un arte en que el sincronismo emocional tenga una equivalencia con ese ritmo sincrónico del ajetreo de la vida moderna.

                                         En su poema “PRISMA”, Maples Arce logra ensamblar su inquietud interior con esa inquietud que flota en unas pestañas, en una calle toda llena de inquietudes electrónicas y de humo de fabricas, con imágenes diametralmente opuestas y yuxtapuestas con una fuerte hilación ideologica.

                                                                                  ¿Quién no ha sentido en sus recuerdos desordenados, las miradas de las “mujeres telescopiadas en catástrofes de recuerdos” del poema de la “MUJER HECHA PEDAZOS”, de José Juan Tablada? Los que no comprenden la belleza del poema de Tablada es porque han tergiversado completamente la visión estética. Su falta de sinceridad los ha obligado a tener un concepto diferente de la emoción. Los que interpretan con más exactitud ese estado absurdo del espíritu que es la emoción, han sido siempre los poetas incomprensibles y por lo mismo, los más sinceros.

                                               Las innovaciones del grupo estridentista: la figura indirecta compuesta y las imágenes dobles —no dobles a la manera creacionista— han revolucionado no sólo, la forma que es lo menos importante en una renovación, sino la ideología, la manera de interpretar la armonía del universo. La poesía está en esa música luminosa desenrrollada por la rotación de las esferas. Y esa simultaneidad de armonías logradas sin tiempo, ni espacio, sin sujeto, es lo que hace nuestra teoría abstraccionista.

            La figura indirecta compuesta es una visión lograda con dos sugerencias desiguales sintaxicamente, y que ensambladas ideológicamente establecen una relación incoercible:

“…y el pentagrama eléctrico

de todos los tejados

se muere en el alero del último almanaque

de Maples Arce.

                                   La imágen doble interpreta simultáneamente la actitud espiritual y la actitud material:

                                 “…Y me alejé hacia el lado opuesto de su mirada…”

            de “La Srita. Est.”

                                               Esta síntesis exegética del estridentismo —la primera irrupción subversista que suscitó la pasividad ambiente— y la teoría obstraccionista, —la primera manifestación renovadora— es una interpretación personalista. No teorizamos sobre el abstraccionismo porque no es una teoría. Y porque nosotros no limitamos la fuerza creadora como los impulsionistas —teoría cientificofilosófica—, los paroxistas, —teoría neo-baulerina— los neoparoxistas —teoría tridimensional—, Etc. y las demás tendencias que circunscriben la emoción.

                                                                       Para no citar sino las teorías que no están al margen de Rimbaud, Mallarme, Apollinaire y Reverdy. Los dadaístas tenían mucho de humoristas y el humorismo no es más que un afán de no personalizarse.

                                                                                                                      Los que confunden el estridentismo con otras tendencias actuales con una teoría estética, no han leído nada del estridentismo, ni de las otras manifestaciones literarias.

 



 

 

martes, 24 de octubre de 2023

Pérez con alas, de José Revueltas

 

Hay muchas gentes llamadas Pérez, pero no son por ello desgraciadas. Pérez, patronímico de Pero, tiene su lustre y si bien ahora es completamente vulgar, al grado de que todos estuvimos en el peligroso riesgo de llamarnos Pérez, las personas que lo llevan a cuestas no tienen otro remedio que mostrarse satisfechas y hasta, quizá, felices. Alguien ha dicho alguna vez que no existe nada mejor distribuido que la inteligencia, pues todos estamos muy conformes con la que tenemos. Así pasa con el apellido Pérez y, tal vez, ninguna mayor aberración, falta de legítimo orgullo y de propios méritos, que emboscar el Pérez con iniciales despistadoras, con segundos apellidos o con dobles nombres que, como si lo elegantizaran y tornáranlo alado, inconsútil, original, dejan a sus propietarios muy tranquilos y ya dispuestos a las grandes empresas. Sin embargo, hay que repetirlo, no todos los Pérez están llamados a ocupar un sitio más allá del simple recuerdo de sus contemporáneos, que ya es suficiente tener un apellido tan famoso como para todavía cargarle más brillo y celebridad de los que tiene.

No obstante, Pérez, el verdadero Pérez, el gran Pérez —oscuro empleado de un no menor oscuro ministerio—, llegó a ser considerado por los más altos ingenios como un ser excepcional, envidiable, a quien las musas hicieron objeto de las más extraordinarias distinciones.

Pérez vivía en una pequeña habitación rodeado de su mujer y de sus hijos. Nada, en su vida exterior o en sus costumbres o en su manera de hablar y escribir, indicaba que Pérez llegase a ser uno de los hombres más notables de su tiempo. Sin embargo, aquello empezó a manifestarse como un pequeño dolor en el costado.

—Te digo —afirmaba su mujer— que has agarrado algún frío, allá, en tus oficinas tan oscuras.

—No lo creas así, pobre amiga mía… —replicaba Pérez.

Había tomado aquella locución: pobre amiga mía, de las novelas francesas, donde es usual que se repita con motivo, particularmente, de las situaciones donde hay algún conflicto de difícil solución.

Pero el dolor en el costado continuaba, tenaz, absurdo. Era, ¿cómo decirlo?, un dolor casi metafísico; se experimentaba en la carne, pero tan sólo a guisa de pretexto, de comunicación terrenal, pues era la conciencia, sobre todo la conciencia, la única sensible en verdad, y “en rigor de verdad” como dicen los lógicos, al fenómeno extraño.

El misterio comenzó a esclarecerse una vez en que Pérez, mientras se dejaba enjabonar el cuerpo por su mujer, a la hora del baño, advirtió de pronto que, justamente en el sitio del dolor, habíanle comenzado a salir unas pequeñas, verdecitas y tiernas hojas verdes. “¿Has visto?” Las tocaron, las midieron, y en efecto, la verdad era indudable: a Pérez le nacía un árbol del costado derecho.

La familia se sumergió en uno de los más grandes pesares que puedan imaginarse. Pérez acudía a su trabajo de mala gana y experimentando una vergüenza que crecía sin cesar. “¿Qué ocurrirá cuando lo advierta el jefe?” Para ocultar su error, Pérez inventaba carpetas inverosímiles, que parecía llevar con mucho cuidado y atención, bajo el brazo derecho, y con el pretexto de que ahí iban documentos de singular importancia. Sin embargo, cada vez fue necesario llevar carpetas más grandes, pues aquellas hojitas verdes que nacieran algún día habíanse convertido en un lozanísimo y verdadero arbusto, grande como un perro. Las mentiras que contaba Pérez eran ya completamente increíbles y ridículas. Decía que su mujer, cansada de un gigantesco perico, excesivamente hablador, le había ordenado fuese a tirarlo por allá, por Balbuena, y que el perico, ahora, anestesiado, iba dentro de la carpeta. Naturalmente una historia tan fabulosa llamó mucho la atención y todo el mundo, en la oficina, quiso ver el animal extraordinario. Llegó a tanto la curiosidad, que empleados y empleadas se echaron sobre Pérez a efecto de arrebatarle la carpeta logrando por fin descubrir el arbusto que, al pobre, habíale nacido en un costado.

—¡Señor González, señor González! —pusieron el grito en el cielo, demandando la presencia del jefe—. ¡Es un escándalo! ¡Al infame de Pérez le ha brotado un árbol en el costado derecho!

Los empleados que se reunieron al efecto en solemne asamblea, decretaron que el caso de Pérez exigía un castigo ejemplar. Nadie tenía derecho, en aquella sacrosanta oficina, a que le saliera un árbol, así como así, sin notificar al Departamento Administrativo. Condujeron entre todos, y casi a empellones, al pobre Pérez, a la presencia misma del jefe del Administrativo, mientras una comisión, turbiamente regocijada, esperó en la puerta con el propósito de escuchar la gran, la tremenda regañada, o tal vez, la orden del cese. Sim embargo, su decepción fue terrible. El jefe del Departamento Administrativo —poeta, como todo jefe del Departamento Administrativo—, no sólo perdonó a Pérez, sino que le dio sabios consejos:

—Ocurra usted —le dijo— a la revista que publico en compañía de otros escritores jóvenes, a efecto de que ahí le den alguna cantidad para abonos y otros materiales con lo que hacer se desarrolle más su árbol. Para mí es todo un acontecimiento. Aquí tiene mi tarjeta…

Y Pérez colaboró en El Hijo Prodigo.